zumbidos de abejas o avispas o abejorros en los oídos o en la mente

domingo, agosto 09, 2009

Un inicio

Georges Perec (1936-1982) escribió en 1967 un libro llamado Un hombre que duerme (Un homme qui dort). Personalmente es lo más extraño que he leído en el último tiempo. A pesar de su breve extensión a veces me atrapaba, y otras, en que se volvía un tanto enrevesado y, dicho de forma más precisa, claustrofóbico, me provocaba dejarlo. Sin embargo, ahora con la lectura más asentada o más reposada, como diría algún maestro culinario (¿quizá Neruda?, ¿quizá Hemingway?), creo que esos atributos dan el tono perfecto para contar la historia de este hombre que duerme, un hombre de una profunda depresión (o una feroz indiferencia (¿consigo mismo?)) que en todos sus días no hace más que pasear por la ciudad, dormir y jugar solitario.

Y es esta novela, también, la poseedora del comienzo más extraño, que es, a su vez, el párrafo más largo que me haya tocado leer:

"Apenas cierras los ojos, comienza la aventura del sueño. A la familiar penumbra de la habitación, volumen oscuro cortado por algunos detalles, donde tu memoria identifica sin esfuerzo los caminos que has recorrido mil veces, trazándolos a partir del cuadrado opaco de la ventana, resucitando el lavamanos a partir de un reflejo, la repisa a partir de la sombra un poco más clara de un libro, identificando la masa más negra de la ropa colgada, sucede, al cabo de un cierto tiempo, un espacio de dos dimensiones, como un cuadrado sin límites definidos que formase un ángulo muy pequeño con el plano de tus ojos, como si reposara, no completamente perpendicular, sobre el puente de tu nariz, y que, al principio, puede parecerte de un gris uniforme, o más bien neutro, sin colores ni formas, pero que, con bastante rapidez sin duda, se revela poseedor al menos de dos propiedades: la primera es que se oscurece más o menos según la mayor o menor fuerza con la que cierras los párpados, como si, más exactamente, la contracción que ejerces sobre la línea de tus cejas cuando cierras los ojos tuviera el efecto de modificar la inclinación del plano con respecto a tu cuerpo, como si la línea de tus cejas constituyera su eje y, por consiguiente, a pesar de que esta consecuencia no parezca demostrable más que por la evidencia misma, de modificar la densidad, o la calidad, de la oscuridad que percibes; la segunda es que la superficie de este espacio no es regular en absoluto, o, más exactamente, que la distribución, el reparto de la oscuridad no se efectúa de manera homogénea: la zona superior es manifiestamente más oscura, la zona inferior, que te parece la más cercana, aunque a estas alturas, evidentemente, las nociones de cercano y lejano, arriba y abajo, delante y detrás, han dejado de ser muy precisas, es, por un lado, mucho más gris, es decir, no mucho más neutra como lo crees al principio, sino sorprendentemente mucho más blanca, y por otro lado contiene, o sostiene, uno, dos, o más tipos de bolsas, de cápsulas, algo así como la idea que tienes de una glándula lacrimal, por ejemplo, con bordes finos y ciliados, dentro de los cuales tiemblan, se agitan, se retuercen relámpagos muy muy blancos, algunos muy delgados, como estrías muy finas, algunos mucho más gruesos, casi gordos, como gusanos."